Últimamente Dinamarca es uno de los países a los que más miramos, no sin razones. Es el 9° en el ranking del PIB per cápita con 48.400 euros al año (algo así como 36 millones 200 mil pesos). El sueldo promedio de un trabajador alcanza los 4.618 euros al mes (3 millones 450 mil pesos aproximadamente). El Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas suma a los indicadores económicos variables como la educación, salud y seguridad y los sitúa en el 5° lugar de los países más desarrollados.
Además de estas cifras concretas, hay otras que evalúan criterios menos tangibles como el bienestar, el progreso o la felicidad. El Informe de Felicidad Mundial que realiza la ONU desde hace 5 años, ha puesto a Dinamarca en el #1 en tres versiones. En las otras dos ha quedado #2.
Con toda esa plata, cómo no van a ser felices. Lo obvio no es tan cierto porque en ese mismo ranking hay países ricos – más que Dinamarca- que no son tan felices.
Qué hace que los daneses se sientan más felices, tranquilos y seguros es una duda que se está resolviendo. Y uno de los conceptos que sale al debate es “hygge”, una palabra danesa difícil de definir y aún más de traducir. Es un sustantivo, que puede convertirse en verbo, adjetivo y adverbio. Se trata de comodidad, calidez, simplicidad. Es una experiencia, una emoción, una sensación. Una filosofía de vida que resalta las cosas más sencillas y las pone en valor. Más que definirlo, los mismos daneses lo expresan con ejemplos: para ellos llegar a ponerse ropa cómoda y abrigadora después de mojarse en la lluvia es hygge. También lo es leer un libro con un chocolate caliente en el sillón tapado con un chal.
Sin proponérselo, los daneses, que viven del comercio exterior, transformaron hygge en un excelente producto de exportación. Es una filosofía de vida que los ha ayudado a enfrentar el tremendo obstáculo del gélido clima en que viven: ya que la mayor parte de tiempo tienen que estar dentro de la casa, lo disfrutan. Como se trata de simpleza, no implica un gasto significativo. La comida de cualquier día, por ejemplo, se convierte en Hygge poniendo unas velas y prolongando la sobremesa con una taza de té. Es rescatar las cosas simples de la vida, pero con tranquilidad y conciencia de que se está viviendo y disfrutando. En el fondo, es crear una atmósfera cálida para compartir en buena compañía.
En un país como el nuestro en permanente estrés, importar el hygge es una buena idea porque tiene que ver con calmarse y recuperar la paz. No hay necesidad de copiarlo tal cual, se puede adaptar a nuestras costumbres, tiempos y espacios. Podemos ubicar el epicentro del cambio en la casa teniendo muy en cuenta que la simplicidad es la clave y no es necesario gastar. Un tip hygge para comenzar podría ser decorar con fotos y objetos que nos traigan recuerdos, por ejemplo, y así nos dan pie para una conversación grata. Y como hygge no sólo sucede en invierno, aprovechar una noche para comer a la luz de las velas en la terraza también es una buena idea. Sólo cambiando el escenario se transforma la experiencia. Y probablemente pasaremos un momento más feliz.
Isabel Palma, Gerente Comercial Inmobiliaria FG.